martes, agosto 30, 2011

Biografía breve de Roberto Gatto (Buenos Aires, 1918)


Aportar novedades en torno al nacimiento de Roberto Gatto es, además de inasequible, innecesario. Con la salvedad de los astrólogos, a nadie debería importarle si es exacto el dato que asegura que Donna Chiara Merco de Gatto dio a luz a su primogénito en enero, febrero o marzo[1], en cambio podemos afirmar que fue en 1918 en el barrio de Parque Chas (Buenos Aires, Argentina). Corresponde su nombre con el de su padre y también con el de su hijo. Se conocen al menos cinco generaciones de Robertos Gattos, aunque sin dudas, fue uno en particular el que le dio fama al apellido y entidad al nombre.

A poco tiempo de nacido Robertito, sus padres Chiara y Roberto, decidieron mudarse a una suntuosa mansión en el actual barrio de Belgrano. En ella transitó su niñez Roberto Gatto por los más de 16 ambientes con que contaba la propiedad, incluidos los cuartos de servicio, en los cuales siendo  gurrumino se ocultaba luego de alguna picardía. Es dable destacar sus orígenes italianos, que primaron en la cotidianidad de la vida familiar de los Gatto. Se dice que Roberto amenizaba sobremesas (y también tertulias) con atractivas anécdotas cuyos orígenes oscilaban entre su propia vida, la de otros y la lectura diaria, paradójicamente nocturna[2].

En 1932 Roberto tuvo un importante mandato. Su temprana juventud se relacionó con una clásica pizzería de la Ciudad de Buenos Aires. La pizzería Güerrín se encuentra entre las más antiguas de la ciudad y acaso del país. Fundada por los italianos Arturo Malvezzi y Guido Grondona, a quienes apenas llegados al país se les impuso la idea de abrir una pizzería. La propiedad elegida para este fin estaba ubicada en la calle Corrientes entre Uruguay y Talcahuano, el Sr. Malvezzi tenía pensado viajar a Francia para adquirirla, dado que los propietarios residían allí. La idea no presentó inconvenientes, sin embargo aquella friolenta mañana de julio de 1931, en la dársena norte, frente a la imponente nave Andrea Doria, un episodio marcaría el futuro de Roberto Gatto. En confusos episodios que no encontraron aún explicación, Arturo Malvezzi fue herido de muerte por un proyectil emanado Dios sabe de dónde, y agonizaba. En zonas aledañas, el joven Roberto se estaba dedicando ínterin a mandar algunos bártulos, y pudo ver la dantesca escena. Socorrerlo y escuchar sus lamentos fueron un mismo acto. Tardó menos que lo que demanda la lectura de estas líneas en explicar el herido al paladín su propósito en el viejo continente, y fue entonces cuando Roberto contestó bajo juramento hacer aquello que la Providencia recitó y sin esperar el alba se encaminó al buque, y tras obtener la venia del Sr. Grondona enfrentó al ancho mar con el mandato del sucumbido italiano haciendo eco en sus oídos. Muchas peripecias enfrentó en el viejo continente para lograr su cometido, y seguramente merecen un capítulo más extenso que este párrafo, sin embargo es menester concluir este episodio reconociendo que la mera existencia de la pizzería nos hace notar que la gestión de Roberto Gatto fue fructífera y que el mandato fue logrado.

Mientras vivió en el viejo continente estudió artes y cosechó, aún sin haberlos sembrado, varios logros. Incursionó en teatro, básicamente en drama, formándose en el Teatro Totó de Nápoles. Fue elogiado por la crítica por sus críticas, valga la redundancia, literarias, de las que se jactaba ser mejor autor que lector. Es menester destacar el impulso que le otorgó al género de haiku, en los cuales, generalmente sus apuntes oficiaban de anzuelo a la hora de adquirir los manuscritos de estos pequeños poetas, en su mayoría japoneses y checos, refugiados en la Italia bélica de aquel entonces. Jugó 3 partidos oficiales con el seleccionado suizo de football, y fue ovacionado y abucheado en partes distintas, aunque es difícil saber cuál (de las partes) llevó la ventaja.

Fue durante esos años que pudo y supo perfeccionar su oficio de mandador. Tras una fallida sociedad, empero acertada amistad con Miguel Mengano (interrumpida solo por el archiconocido asunto del criadero de pollos en Glew); y desencuentros varios con Enrique Frutta, el mandador más reconocido de la época (dueño de Mandar Frutta SRL)[3], creó Mandá Gatto. En la génesis de su pequeña empresa logró dar con el que sería su sello distintivo: el elogio de la ausencia. Esta estratagema que consistía sencillamente en no ser visto durante el mandado, lo ubicaría como el mandador más reconocido y efectivo de la historia. Logró fortalecer el mito: nadie lo esperaba, nadie sabía cómo el mandado se cumplía, Roberto Gatto había dado lugar a su sombra como protagonista en su labor. Según el Prof. Cecilio Paredes Mariscal, aprendió el arte de pasar desapercibido con el Ninja Negro, aunque estudios de la Universidad Kennedy (sede Palermo) aseguran que Roberto y el ninja jamás se conocieron[4].

En la primavera de 1945, conoció a Irma, el amor de su vida. Precisamente en la península de Oristano, en la no menos que hermosa isla de Cerdeña, en el ocaso del conflicto bélico del siglo, fueron reunidos los mandadores de aquel entonces con el mero objeto de lograr un mandato difícil, casi utópico. Todos sabían que estaban listos para lograr una hazaña inalcanzable, aunque quizá no todos la alcanzarían. El lado aventurero de Don Roberto ayudó a paliar los fríos del invierno inmediatamente anterior, y estaba (el lado aventurero) en condiciones de encaminar al desanimado grupo hacia el objetivo. Fue sin dudas el mayor mandato sobre el cual se tenga conocimiento. En aquel contexto y llenos de dudas (para no variar), concretamente en la puerta de una fonda fue donde Roberto conoció a quien ocuparía el rol de compañera durante el resto de su existencia (y hasta el momento). La gente le dice Irma, pero su círculo de confianza la conoce por “la Dulce”. En la previa al Gran Mandado, Roberto acompañó a Irma y de la mano se los vio alejarse de aquel tugurio; se encaminaron hacia el carro que contenía toda la verdura para la comarca. Se conoce por relatos del nieto de Roberto, que Irma se dedicaba en ese entonces a repartir la fruta y verdura por los alrededores. El eje del carro estaba roto y el arreglar, entre ambos, el entuerto, dio como único fruto una cristalización del tiempo. Fue esta la primera y única oportunidad en que Don Roberto no pudo completar un mandado, y obviamente el grupo de mandadores abandonó la fonda acéfalo.

Vuelto a la Argentina, hacia el 1947 se estableció en varios lugares del país, llevando una vida nómade. Las razones se desconocen y del propio Roberto no surgió ninguna explicación: “El Sol sale por el este y yo por donde quiero” supo contestar al interrogante atizando el carbón mientras preparaba un asado familiar en las Pascuas de 1951. Sostuvo, eso sí, un cariño especial en aquellos años con varios pueblos del interior de la Provincia de Buenos Aires y sus bordes: Saldungaray, Embajador Martini, Ensenada, Torquinst y varios más. En Guatraché, La Pampa, fundó la Associazione Filantropica Amici di Roberto[5].

Antes de su viaje relámpago a las piletas de Claromecó, iniciado el crudísimo verano de 1958, Roberto Gatto tuvo que desprenderse de su preciada biblioteca por razones que jamás sabremos, ni comprenderemos. Con la colaboración de Irma, esbozaron un resumen del catálogo de los textos que alguna vez supieron poblar los anaqueles de su preciada biblioteca. Al concluir la obra, notó las ventajas de esta transformación: cerca de 14723 ejemplares condensados en 5 biblioratos; era algo así como una biblioteca fundamental, que en un sencillo, pero no menos emotivo acto, el 17 de enero de 1958 fundó bajo el nombre “Biblioteca Breve Don Roberto Gatto”. Esta idea se compuso mayormente de copias manuscritas de textos sublimes; algunos, afanosamente pasados a máquina (de escribir), otros directamente hojas arrancadas de sus propios libros; la habitan también algunas fotocopias e impresiones, ya modernas. Algunos de los cuentos y capítulos que conforman tan apasionante catálogo son “Como Argos en los tiempos heroicos” de autor desconocido; “Los pocillos”, de M. Benedetti; “El milagro secreto” de J. L. Borges; “Ernesto Etchenique: un guijarro en el agua” de Fontanarrosa, R.; El capítulo 21 de "Crímenes imperceptibles", de G. Martínez; “Lecciones didácticas para aprender a enseñar cuántos pares son tres botas”, anónimo; “Relatos de los Mares del Sur” de London, J.; capítulo 1 de "Moby Dick", de H. Melville; “Cariño valía más” (las 3 páginas finales) de Pagés Larraya, A.; entre muchos. 

La Biblioteca breve Don Roberto Gatto es la misma que circula por estos días entre jóvenes universitarios argentinos, y que se vio modificada por la tecnología: ahora se transporta y comparte mediante un pendrive. El tiempo ha querido conservar la mayoría de los textos que seleccionaron Roberto e Irma, aunque es famoso por su ausencia el ensayo del Prof. A. Parise “De cómo iniciar un fuego en ocasión de asado y su inmediata diferencia con el de fogón”, del cual Roberto no da copia.

Para una entrevista del programa Ídolos en Sportivo Radial, en septiembre de 2009 contó que estaba abocado a escribir sus memorias. Posteriormente y para una emisora de La Cumbre, Córdoba Irma declaró al aire tener miedo dado que sabe que Roberto recuerda un poco más que el resto de los humanos, “por lo menos dos o tres niveles de detalles que los demás no percibimos”, y agregó: “sus memorias pueden ser generosas y grandilocuentes”.

En mayo de 2011, en la ciudad de La Plata y bajo un cartel rectangular de chapa, que en porteñísimo fileteado reza: Parrilla Don Roberto Gatto, Roberto inauguró una churrasquera en su homenaje, y se supo por testigos, que se emocionó con lágrimas en su ojo izquierdo, el del corazón.

Actualmente ofrece talleres semi presenciales (dado que a veces falta) sobre el arte de ser mandador en diversas localidades del país, y otras del exterior. Irma lo acompaña en cada viaje y le ceba mate amargo.   




[1] Según hace constar Franco Malvezzi en su libro, Güerrín…: “[Roberto Gatto] tuvo sus orígenes en Buenos Aires, en la zona de Parque Chas. Un frío amanecer de verano lo iluminó por vez primera, allá por el año 1918”
Ver: Malvezzi, Franco: Güerrín: cinco décadas y un lustro con los porteños, editado por la Cámara de Pizzeros Porteños, 1987

[2] Son los textos de aquellas los que conforman su ópera prima: “El misterio de la maceta”, editada por el autor.

[3] El diálogo chabacano y el chicaneo verbal era un ida y vuelta constante entre Frutta y Gatto, hasta que el primero maduró y se dejó de escorchar.

[4] El Ninja Negro debe su fama sigilosa al aparecer sólo, y únicamente al mezclar alcoholes para que se enfrenten en el interior de uno. Es usual comenzar con un bloody mery seguido de un destornillador. Pero se sabe de gente que lo ha invocado a pura cerveza. Una vez presente, aunque jamás visible, da un golpe certero en la zona del cerebelo al invocador, provocándole una pérdida de conciencia inmediata, cuando no instantánea. El postulado de la Universidad Kennedy se basa en la ausencia de pruebas (i.e. fotografías), pero olvida que hablamos de dos maestros del juego de la escondida.
Una investigación sólida, aunque dubitativa sobre el tema, la elaboró D. Marcos Tollo bajo el título, ¿Qué, mi plata no vale?, del que se pueden conseguir ilegibles fotocopias en algún centro de estudiantes universitario

[5] Lamentablemente cerró a los 4 meses (agosto – diciembre 1953), cuando Roberto decidió dejar el pueblo alarmado por la escasez de italianos en una comarca pampeana repleta de menonitas, que ni siquiera festejaban con pirotecnia.