martes, enero 27, 2009

De la bitácora de viajes II - Isla Martín García

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De la certera bala con al cual acabose una de las más inquietantes
vidas argentinas, no había vestigios. Leolpoldo Lugones, ya por comodidad literaria,
ya por incursionar en el género detectivesco, así lo designó.*





El joven Parise puso a prueba al Dios Tiempo por quince minutos de vaya a saber qué sueño y partimos con los horarios ajustados. El tren que nos llevaría con tranquilidad al Tigre, se alejaba. El próximo no demoraría, y una vez en la estación terminal, iniciamos, relojes en puño, los primeros 200 metros con obstáculos que no eran vallas, si no camionetas y similares. Una picada al estilo medialuna nos condujo a la estación pluvial, la cual, minutos más tarde se perdería de vista en las vueltas del delta a bordo de nuestra embarcación. Las nubes acompañarían el breve, pero no largo viaje: una estación de servicio flotante, un puñado de historias y el descubrimiento de que un pobre tipo ignora el sabor de una pila; destacaba sobre el resto.


Lo demás eran promesas.


Al cabo de tres horas, un símil Pinzón avistó tierra firme.
La primera incursión, luego de sentar campamento y digestión, conoció el Crematorio, el Cuartel (no hacen falta aclaraciones**) y el Barrio Chino (qué no era chino en serio: su denominación expresa justamente que no se entiende, nada más y nada menos).
Unos pasos, con la cautela propia de quien ha sido avisado de la existencia de yararás, nos acercaron al Puerto Viejo, del cual sólo quedaba su nombre. Otras construcciones con aroma a historia conocieron nuestro asombro, o no.

El Cementerio contaba con muy pocas y antiguas lágrimas, resaltaba una lápida que rezaba ahogado desconocido. Sin embargo, el misterio descansaba sobre las cruces, cada una inclinada en su eje horizontal. Más tarde, y previa consulta, una guía nos reveló unas cuantas vaguedades y teorías livianas sobre aquél hecho, entre las cuales, salvé sus palabras más sensatas: no sé

El Circuito Selva, con infinitas notas al pie, resultó un engaño para entretener visitantes por hora y media. La Isla pecaba de placas de metal que interpretaban sus espaldas.

Sensación de transitar la historia.



En ese ínterin, se arribó a la verdad de que un pobre tipo jamás había sacado
siquiera un peine de un inodoro. Lo definía plenamente.



En tanto Febo se ocultaba, el fuego prometía un digno asado. Mis antiguas limitaciones como asador dieron paso a los que saben. La música de los grillos de Nalé Roxlo y unas cuantas anécdotas transitaron del atardecer al anochecer. La noticia de una carrera de aventura al día siguiente llegaron a nosotros. El fogón era alimentado de canciones, historias y algunas ramas.

Así, con un amanecer propio de verano, nos presentamos media hora antes (reprochada por el organizador)… de la largada, y obteníamos nuestros número de corredores. Poco menos de ocho kilómetros de huellas en derredor de la Isla nos acercaron a la llegada.

Fue como una visita turística, pero apurados.


Luego, ducha mediante, y remera de corredor al hombro, subrepticios cual ladrón en la noche, nos infiltramos entre los comensales de la competición y disfrutamos de un exquisito asado. Nobleza obligó a ocultarnos ante la presencia de organizadores. La mesa estaba servida y la compartimos con una señora carente de modales y su hija, que por fisonomía facial tenía el as de bastos y el siete de oros en la misma mano.

Previendo un desenlace que nos desenmascarara y obligara a pagar por lo ingerido, Parise interpretó una renguera post-carrera ante la mirada consoladora de nuestros camaradas. Luego me confesaría que era ¿fanático? o mejor dicho: admirador de Lito Cruz***.

Hicimos una visita al Faro, pero sin posibilidad de ingresar. Recorrimos el Cuerpo de Grumetes y nos adentramos en un laberinto hecho de arbustos: sueños de niñez se derrumbaron al certificar que la mano derecha lo guía a uno, inevitablemente, hacia la salida.

Creyéndonos merecedores de alguna medalla, volvimos al sitio de los deportistas comensales en busca de al menos una palmada de felicitación. Tramoyas despiadadas y beneficios a los isleños, nos depositaron en el fondo de la clasificación de nuestra categoría. Igualmente y mediante la dialéctica de Platón, nos hicimos de nuestras plateadas preseas.

Una efímera recorrida por el Teatro fue la antesala a la casa en la cual el General estuvo tres días preso. Dedujimos que en realidad había ido a pasar un fin de semana. La historia suele ser caprichosa con sus personajes preferidos.

Listos para el embarque, un guardaparques, digno de JRR Tolkien, secuestró el Bastón Guía de Nuwanda, sin aclararnos su destino. Con el Bastón, una parte de mí quedaba atrapada en la Isla, para siempre. Yo soy mis sentimientos y quien se los lleve habrá de llevarme también consigo****.

Zarpamos a las 18 con la certeza de que sólo la Providencia tentará otra expedición a la Isla Martín García. Prometimos volver, ya con nuestras familias, en 10 o 15 años.


Era octubre, del año 2003





Notas al pie

* Espasa Calpe aclara que el trágico hecho se sucedió en el delta del Tigre. Para la motivación turística vino bien en un principio.

** … y si hacen falta, no serán dadas ahora.

*** Sobre todo en Malandras, con el gran Toto Bertolotti. Incluso hay un informe del propio Roberto en el cual sostiene que Lito Cruz es un personaje de Toto Bertolotti, y no al revés, como se cree.
**** La frase luego la repetiría Dolina ¿o fue Roberto quién la repitió? No recuerdo.