lunes, marzo 03, 2008

De su incursión en las tablas

Pocas veces, en estos recorridos escriturales nos hemos topado con un Roberto desmesurado en la acción y pacato en los pensamientos.
Lo cierto es que si existe la posibilidad de nublarnos la vista y extremar nuestra torpeza, esa posibilidad será consecuencia directa de la mujer amada. Sea por desinterés o por correspondencia a nuestro corazón. Y nuestro paladín no está exento de hacer latir su músculo.

Esta historia que ahora se escribe, anacrónicamente se vivió hace largos lustros. Tan distante que se acerca al olvido. Sólo la memoria de Fulano, puede traerla al tapete.

"Por aquél entonces, Don Roberto asistía a clases individuales de teatro con el Profesor Manfrediglio. A decir verdad, el bono contribución rezaba “en concepto de clases de expresión corporal”, aunque un Roberto atento a su época remarcaba “clases de teatro”, a fin de no caer en burlas chabacaneras de esquinas vagas, llenas de purretes.

Los primeros pasos en el drama, fueron certeros y aplaudidos. Componía un personaje con la misma facilidad que un caracol trepa un muro, es decir: con mucho esfuerzo sostenido.

Sin embargo esta historia se traza con la incursión de mi abuelo en la comedia, precisamente en la obra “Fausto, o rajemos que viene el diablo”, que supo co-guionar empero no registrar. Tímido en aquél entonces para la confrontación, prefirió actuarla.

Los ensayos fueron un cauce natural hacía la consagración. Todo, perfectamente cronometrado, desde los vestuarios hasta las velas y luminarias en su lugar. Y el éxito, en la puerta, a punto de ingresar.

Transcurrió el primer acto y todo presagiaba los elogios de la crítica y la recaudación creciente en lo sucesivo, pero una jovencita de las primeras filas (“2da. fila, butaca 15”, reconocería Roberto años más tarde) lo deslumbró. Lo hipnotizó. Luego de la segunda entrada en escena, Roberto no pudo retener las pupilas en otra dirección que la flechada por Cupido. Su rol de Mefistófeles apenas percibido en sus ropas, no coincidia con su mirada, ya perdida en la muchacha y sus cabellos. Y su propia imaginación.

Varias funciones fueron necesarias para envalentonar a nuestro héroe en el papel protagónico. La sola presencia de Irma en la sala le produjo un estupor digno de calambres, una suerte de vergüenza infantil y urgencias intestinales en un sólo momento.

La decisión del productor teatral, Pericles Sésamo, de prohibir el ingreso de Irma a la sala o despedir a nuestro Capitán, favoreció la continuidad actoral de la joven promesa.

Buchones sin remedio, contactaron a Irma y la convencieron de ausentarse en las funciones de la obra. Así, la puerta del teatro, que supo abundar en belleza, quedó muda y absorta como el propio Roberto, una vez enterado de lo ocurrido.

Entre la inmediatez de los acontencimientos y el ánimo en declive por la previsible ausencia de Irma, Don Roberto no dudó ni dejó temblar el vaso a la hora de decidirse por renunciar a las tablas.

Si mi vida –solía jactarse- se bifurca entre pretensiones actorales y ecuménicas a sala llena o la sóla posibilidad de ver a Irma tocada por febo cada amancer como único espectador, pues bien, estoy con Irma y tengo el protagónico de su vida."


Contó Fulano.