En
otoño de 1971, Roberto anotó unos comentarios acerca de un
escrito anónimo que versaba sobre el trabajo del antropólogo de oficio Jesús
Caraglio (1859), en el cual observaba algunas particularidades sobre el miedo.
Sostenía
el desconocido intermediario, que para Caraglio el ser humano, conoce el miedo en los
umbrales del neolítico o acaso antes (es muy vago en detalles el escrito); y establece
una dudosa relación entre este sentir y el descubrimiento de la conservación de
los alimentos. Señala
aquella como alegoría de la capacidad de proyectar en el futuro.
Transcribo
la supuesta cita de Caraglio en poder de Roberto: “El
hombre de aquél entonces, cambia su preocupación por lo inmediato y concibe así preocupaciones de luna siguiente. Del apuro por saberse satisfecho
hoy, se muda a la organización de una cena (tal vez sea este el inicio de la
amistad). El hecho de preservar un animal cazado mediante salado, ahumado, o
como cazzo fuere le permite pensar en un mañana sin salidas de su refugio. Es
probable que hayan imitado este comportamiento de osos y tortugas.”
Roberto,
sin dejar de sospechar sobre las palabras del arqueólogo y de su anónimo
intérprete, e incluso desvalorizándolas; se permite charlar sobre el tema con
los más cercanos al fogón: Miguel Mengano y Arquímedes Paspat Toot (según reza la
etiqueta de la caja).
Esta
charla es la registrada bajo el magnetofón [Cintas de la Verdad XXVII - Miedos].
Algunos pasajes se pierden entre el crepitar de los leños; y la lejanía del orador. Otros momentos fueron
suprimidos adrede por el carácter recóndito de lo versado.
El
lugar geográfico, según Felipe Magolla es Uribelarrea. La fecha es imprecisa,
aunque con certeza, se puede ubicar en tiempo primaveral.
Ante la ausencia de otras voces y el
discurrir del discurso, se ha puesto en duda la presencia de Miguel y
Arquímedes. Aunque este último dato, poca mella nos hace.
Esta
es la desgrabación:
“Anoche me recosté con una fatiga
infrecuente. Entré en sueño apenas rocé la almohada. Sin embargo y
desconociendo aún el motivo, apenas arrimado a las tres de la mañana, en el
silencio más amplio, tuve miedo. Y desperté.
[…] tengo unos
cuantos miedos guardados, pero créanme que nada como lo que sucedió esta noche.
Los míos, ya conocidos, son amorfos y disimiles. Unos pequeños, y de corta
vida, efímeros como las moscas . Y acaso igual de molestos.
Otros ya más hechos y
derechos, distinguibles a distancia sin catalejo. Me acompañan desde hace un
tiempo, me conocen. Hasta diría que nos tuteamos y pasamos por alto
formalidades para desembocar en sudores y palpitaciones. ¿Me siguen frescos?
[…] se comportan como
huéspedes ocasionales. Se mudan por períodos; están a mitad de camino entre
miedo y preocupación; indefinidos. Por las dudas, y a falta de ser un pelafustán
de feria, les recomiendo que siempre tengan un miedo al alcance de la
mano.
Yo los guardo en una
gaveta de lapacho, en el taller del fondo, cruzando el patio. Las noches que
salgo a tomar aire, los escucho murmurar. Entiendo que les falta libertad. Es abrir
la gaveta y algunos se me prenden, se sujetan de la corbata o a la faltriquera.
Entonces se vienen conmigo.
[…] usualmente el lugar donde se alojan los miedos es en el pecho. Y confieso
sin temor a [...] que duelen; y es por la torpeza que tienen empujando
para salir.
Los ya maduros, se
acomodan en la boca del estómago y juegan a estrangularlo, practican nudos
bandoleros. Esos son miedos que no quieren estar más, con sólo gritarlos y
acaso nombrarlos en el momento justo desaparecen.
Si están en el pecho
no. Esos se agrandan y de golpe se desinflan. Dejan algo que parece un vacío,
pero siguen ahí. Liberar un miedo puede llevar meses, incluso lustros.
[…] fue anoche. Entonces cerré la
gaveta. Atravesé el patio y entré. El mate estaba listo.”
Luego
habla sobre la importancia de echar más leña al fuego en el momento justo y del
uso ventajoso de botas en vez de alpargatas en el campo con espinas; aparece Irma
como interlocutora.
Nos
anuncia Felipe Magolla que es mucho el hilo en el carretel y seguramente habrá
más material.